domingo, 23 de marzo de 2008

Noviembre, 8 de 1814.

"Mi querido hijo,— Recibí tu grata con ale­gría; y quedo muy agradecido á la bondad que el pueblo te manifiesta. ¡Dios quira que seas tú el instrumento de bendición para sus almas! Ten­go la confianza de que Dios estará contigo por lo que he sentido en mi interior. El Viernes por la mañana, después que nos separamos y mientras estaba ocupado en orar á Dios por tí, sentí á mi alma llena de tal manera de su amor que hee sido muy feliz desde aquel momento. Me he sometido, á la voluntad de Dios, que es grata á la verdad; de modo que no quiero que te inquietes por mí. Dios te llene de fe y de amor, y de celo por su iglesia y el bien de las almas! Todas las cosas te serán alegres, mientras Cristo te sea precioso. Acuérdate siempre que sin Él nada podemos ha­cer. ¡Que sea Él tu Profeta, Sacerdote y Rey! Cuida de predicarlo en todos sus oficios.


"¡Quiera Dios que puedas apacentar la Iglesia del Señor, la cual ganó por su sangre! Acuérdate que dice Cristo: "Apacienta mis corderos;" estos han de alimentarse con la leche espiritual. Tam­bién dice "Apacienta mis ovejas;" aprémialas para alcanzar mayor fé y santidad. La obra del alma es muy importante; por esto, me compadezco de tí, y ruego á Dios de día en día y de hora en hora que te manifiesto su presencia, y haga que su palabra sea para tí espíritu y vida, y que penetre todo co­razón y toda conciencia. ¡Quiera Dios que te compadezcas de los pecadores que se hallan al borde de la ruina, y que tengas el gusto de oírles pedir misericordia, y de dirigirles á las heridas del Salvador crucificado; y que esté presente Jesús para vendar las llagas de los quebrantados de corazón! Díles que Él es el remedio de toda he­rida, y que todo cuanto necesitan lo hallarán en Él. Sabes que el gran objeto de la predicación es salvar á las almas. Pero si no ves brotar inme­diatamente la simiente, ten paciencia, la cosecha, vendrá. Ojalá te conceda la sabiduría y la gracia, que necesitas para tu obra! Ruega á Dios para que se profundicen sus raíces, que luego brotarán, á debido tiempo!
"Mr. Truscott comió conmigo el Domingo; te manda memorias, y desea que le escribas. Me dijo que te volvería á escribir. Por determinación de la junta de directores, Juan Richards se ha constituido director de tu clase. Tanto los predicadores como los demás hermanos ruegan mucho por tí. Dice el hermano Grose que experimenta gran placer siempre que ora por tí; te manda encarecidas memorias. La ortografía de esta es mala, pero espero en que podrás entender su sentido."
[Antes de proseguir con la historia, puede que no venga mal para el lector un extracto de su segunda carta. Ella muestra no sólo lo simpático de su índole, sino también cuan hábil era para instruir y socorrer á los que lo necesitaban.

sábado, 2 de diciembre de 2006

CAPITULO I

REFLEXIONANDO últimamente sobre la paciencia de Dios para conmigo, manifestada en perdonarme la vida durante más de veinte años que viví sin Él, hundido en el pecado; teniendo también presente las sorprendentes ma­nifestaciones de su misericordia y amor, desde que, como pobre penitente, fuí á Jesu-Cristo, ha­ce casi medio siglo, en busca de perdón y salva­ción, y especialmente por habérmelo pedido mi querido hijo, he sentido un deseo vivo de escribir algo de su bondad. Persuadido de que es mi deber hacerlo así, me dedico hoy á esta tarea. ¡Oh Dios! Tú que escudriñas los corazones, te pongo á tí por testigo, de que en este particular no tengo más mi­ra que tu gloria; y te ruego sinceramente conce­das tu bendición á lo que voy á escribir, por amor tuyo. Amen.

Nací el dia 11 de Marzo de 1750 en las cercanías de Mousehole, parroquia de Pablo, condado de Cornwall. Muy poco conocí á mi padre. Era yo todavía muy joven, cuando se embarcó en un bu­que mercante, donde después lo prendieron y lo llevaron á bordo de un buque de guerra. Continuó al servicio del rey durante muchos años, hasta que murió en el Hospital de Greenwich. 3íi madre era miembro de la iglesia anglicana, temía á Dios, así lo creo, y alcanzó la bienaventuranza. Eramos cuatro hermanos y una hermana. Yo era el me­nor de la familia; y hasta los diez años viví con mi madre, quien, en esos días, me enseñó áleer. En­tonces un hacendado de la misma parroquia me suplicó fuera á vivir con él, y consentí gustoso.Po-co tiempo después mi maestro quiso tomarme de aprendiz; en esos días llegó mi padre á Plymonth, que accedió á los deseos de mi maestro con la con­dición de que permanecería con él basta que yo cumpliera los diez y ocho años de mi edad. Tres años después mi amo murió; pero como la fami­lia me trataba bien, continué con ella por once años. Durante este período, fui arrastrado por los vicios del dia; como por ejemplo, las peleas de gallos, el lidiar á brazo partido, los naipes, y la profanación del Domingo ;y aunque no me acuerdo de haber oido, en aquel tiempo, un sermón por un predicador metodista, sin embargo asistía con puntualidad á la iglesia parroquiana. Cuando pienso en esos años de mi vida no puedo menos que alabar á Dios por su bondadosa provi­dencia, que cuidaba de mí mientras yo no lo co­nocía. ¡Cuántas veces digo:

"Por peligros ocultos, trabajos, y muerte, Tú, Señor, me has abierto el camino!"

Dos veces estuve á punto de ahogarme; una, cuando niño, cayendo en el rio; y otra tratando de atravesar el rio Hayle, á caballo, cuando estaba muy fuerte la marea: me tiró mi caballo, deján­dome en un estado que todos me creían muerto.

En el año 1771 el Señor tuvo á bien, en su mise­ricordia, convertir á mi hermana, y ella, habiendo experimentado el amor de Dios, vino desde Gwi­near, distante cuatro leguas, á participarnos la feliz nueva, y á amonestarnos para huir de la ira venidera. Al entrar en casa de mi madre en la ma­ñana del Domingo me quedé sorprendido de ver á mi hermana de rodillas, orando con mi madre y mis hermanos. Á poco de haber concluido, empezó á preguntar ¿qué preparación estaba haciendo yo para la eternidad? No sabia qué contestación darle. Luego me preguntó si asistía yo á las pre­dicaciones metodistas. Le dije que no. Á esto me suplicó con énfasis que fuera yo aquella noche. "Y cuidado," me dijo, "que oigas para tí mismo."*

*Nota. En el mismo espíritu férvido con que comenzó esta apreciable mujer su carrera cristiana continuó hasta el fin. Demostró por su vida subsecuente que podia sufrir cuanto que hacer la voluntad de su Maestro. Ella fue "antorcha que ardia y alumbraba;* 'y concluyó su carrera en el triunfo de la fe, habiendo "andafto en el temor del Señor, y con consuelo del Espíritu Santo" durante unos diez y ocho años.

El Redactor.

Ya de noche scntia gran deseo de ir á escuchar la predicación que se había de celebrar en Newlyn, en un aposento situado del mismo lado del rio de Maddern. Al eutrar, fijé los ojos en el predicador, Tomás Hanson. Este fue su texto: "Somos em­bajadores en nombre de Cristo, como si Dios os rogase por medio nuestro: os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios." La palabra pronto me tocó al corazón; las escamas me cayeron de los ojos: y vi y apercibí que estaba en "hiel de amargura y en prisión de maldad." Se me presentó de tal manera la naturaleza condenatoria del peca­do, y de cuanto había hecho contra Dios, que me parecía que la tierra estaba á punto de abrirse y devorarme. En el acto hice un voto solemne á Dios de que si seguía disfrutando de la vida, le serviría el resto de mis días. Desde luego renun­cié de un golpe á todos mis pecados, como tam­bién á mis antiguos compañeros, tomando la de­terminación de seguir, en el camino del cielo, al primero que encontrase con aquel destino. Por mi parte, había resuelto ir al cielo á toda costa. Aquella noche tuve una gran lucha con Satanás respecto á orar antes de acostarme. Parecía que estaba á mi lado y buscaba atemorizarme con su presencia, y con la cruz del deber; mas el Señor vino á mi ayuda contra la tentación, haciendo aplicación de la Escritura que dice "Alumbre vues­tra luz delante de los hombres; para que vean vues­tras obras." Satanás huyó al instante y yo caí de rodillas. Cansado seria el mencionar cuanto pasé, y cuan penosos fueron mis interiores conflictos hasta antes de que el Señor se me descubriera. Pa­decí terriblemente por muchos días, y como por espació de ocho horas antes de experimentar el perdón de mis pecados, podía haber dicho como David, "Rodeáronme los dolores de la muerte, me encontraron las angustias del sepulcro;" y el ad­versario de mi alma me acosaba con esta tentación: "El día de la gracia ha pasado; ya es tarde." No tenía a nadie que me instruyese, ó me diese consolación, ninguno había que me dirigiese á Cristo; conocimiento ninguno tenía del camino de la fé; nunca había presenciado reunión de clase, culto de experiencia religiosa. Recuerdo, sin em­bargo, que, en medio del conflicto,respondí á las tentaciones del demonio, con estas palabras: "Me he resuelto, perezca ó me salve,á que, mientras viva, no he de dejar de pedir misericordia." En el mo­mento mismo en que tomé esta resolución, Cristo se reveló por sí mismo en mi corazón, y Dios per­donó todos mis pecados, y dejó mi alma en liber­tad. El mismo Espíritu ya daba testimonio á mi espíritu de que era yo hijo de Dios. Esto suce­dió como á las nueve de la noche del 6 de Mayo de 1771; nunca podré olvidarme de aquella hora feliz.

viernes, 1 de diciembre de 2006

Presentación

Claro, publicaremos un libro. Empezamos por donde empieza el libro.





Sin más licencia que la esperanza de colaborar con quienes no tienen la posibilidad de leer este libro, publicaremos el diario de un hermano inglés, con sus experiencias de fe. A veces rebosaba, otras se llenaba de tristesa y pasaba largo tiempo sin escribir.

Procuraremos, a la velocidad de hoy, publicar un día cada día, sin respetar las largas pausas propias de un diario.

También habrá la sorpresa de los tiempos: la época y la edad... las coincidencias, las cosas que cambiaron. Aquí hay un espacio para los hombres y mujeres de fe y para aquellos que quieran acercarse sin fe a saber cómo es esto de vivir por fe.

Sobre todo para aquellos que quieren averiguar de qué hablamos desde hace dos mil años, cuando decimos que Dios nos ama, tengan estas lecturas y que Dios ilumine sus espíritus en estas muestras nada metafóricas de lo que podemos vivir cuando vivimos para quien nos ha llamado a vivir.