CAPITULO I

REFLEXIONANDO últimamente sobre la paciencia de Dios para conmigo, manifestada en perdonarme la vida durante más de veinte años que viví sin Él, hundido en el pecado; teniendo también presente las sorprendentes manifestaciones de su misericordia y amor, desde que, como pobre penitente, fuí á Jesu-Cristo, hace casi medio siglo, en busca de perdón y salvación, y especialmente por habérmelo pedido mi querido hijo, he sentido un deseo vivo de escribir algo de su bondad. Persuadido de que es mi deber hacerlo así, me dedico hoy á esta tarea. ¡Oh Dios! Tú que escudriñas los corazones, te pongo á tí por testigo, de que en este particular no tengo más mira que tu gloria; y te ruego sinceramente concedas tu bendición á lo que voy á escribir, por amor tuyo. Amen.
Nací el dia 11 de Marzo de 1750 en las cercanías de Mousehole, parroquia de Pablo, condado de Cornwall. Muy poco conocí á mi padre. Era yo todavía muy joven, cuando se embarcó en un buque mercante, donde después lo prendieron y lo llevaron á bordo de un buque de guerra. Continuó al servicio del rey durante muchos años, hasta que murió en el Hospital de Greenwich. 3íi madre era miembro de la iglesia anglicana, temía á Dios, así lo creo, y alcanzó la bienaventuranza. Eramos cuatro hermanos y una hermana. Yo era el menor de la familia; y hasta los diez años viví con mi madre, quien, en esos días, me enseñó áleer. Entonces un hacendado de la misma parroquia me suplicó fuera á vivir con él, y consentí gustoso.Po-co tiempo después mi maestro quiso tomarme de aprendiz; en esos días llegó mi padre á Plymonth, que accedió á los deseos de mi maestro con la condición de que permanecería con él basta que yo cumpliera los diez y ocho años de mi edad. Tres años después mi amo murió; pero como la familia me trataba bien, continué con ella por once años. Durante este período, fui arrastrado por los vicios del dia; como por ejemplo, las peleas de gallos, el lidiar á brazo partido, los naipes, y la profanación del Domingo ;y aunque no me acuerdo de haber oido, en aquel tiempo, un sermón por un predicador metodista, sin embargo asistía con puntualidad á la iglesia parroquiana. Cuando pienso en esos años de mi vida no puedo menos que alabar á Dios por su bondadosa providencia, que cuidaba de mí mientras yo no lo conocía. ¡Cuántas veces digo:
"Por peligros ocultos, trabajos, y muerte, Tú, Señor, me has abierto el camino!"
Dos veces estuve á punto de ahogarme; una, cuando niño, cayendo en el rio; y otra tratando de atravesar el rio Hayle, á caballo, cuando estaba muy fuerte la marea: me tiró mi caballo, dejándome en un estado que todos me creían muerto.
En el año 1771 el Señor tuvo á bien, en su misericordia, convertir á mi hermana, y ella, habiendo experimentado el amor de Dios, vino desde Gwinear, distante cuatro leguas, á participarnos la feliz nueva, y á amonestarnos para huir de la ira venidera. Al entrar en casa de mi madre en la mañana del Domingo me quedé sorprendido de ver á mi hermana de rodillas, orando con mi madre y mis hermanos. Á poco de haber concluido, empezó á preguntar ¿qué preparación estaba haciendo yo para la eternidad? No sabia qué contestación darle. Luego me preguntó si asistía yo á las predicaciones metodistas. Le dije que no. Á esto me suplicó con énfasis que fuera yo aquella noche. "Y cuidado," me dijo, "que oigas para tí mismo."*
*Nota. En el mismo espíritu férvido con que comenzó esta apreciable mujer su carrera cristiana continuó hasta el fin. Demostró por su vida subsecuente que podia sufrir cuanto que hacer la voluntad de su Maestro. Ella fue "antorcha que ardia y alumbraba;* 'y concluyó su carrera en el triunfo de la fe, habiendo "andafto en el temor del Señor, y con consuelo del Espíritu Santo" durante unos diez y ocho años.
El Redactor.
Ya de noche scntia gran deseo de ir á escuchar la predicación que se había de celebrar en Newlyn, en un aposento situado del mismo lado del rio de Maddern. Al eutrar, fijé los ojos en el predicador, Tomás Hanson. Este fue su texto: "Somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios os rogase por medio nuestro: os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios." La palabra pronto me tocó al corazón; las escamas me cayeron de los ojos: y vi y apercibí que estaba en "hiel de amargura y en prisión de maldad." Se me presentó de tal manera la naturaleza condenatoria del pecado, y de cuanto había hecho contra Dios, que me parecía que la tierra estaba á punto de abrirse y devorarme. En el acto hice un voto solemne á Dios de que si seguía disfrutando de la vida, le serviría el resto de mis días. Desde luego renuncié de un golpe á todos mis pecados, como también á mis antiguos compañeros, tomando la determinación de seguir, en el camino del cielo, al primero que encontrase con aquel destino. Por mi parte, había resuelto ir al cielo á toda costa. Aquella noche tuve una gran lucha con Satanás respecto á orar antes de acostarme. Parecía que estaba á mi lado y buscaba atemorizarme con su presencia, y con la cruz del deber; mas el Señor vino á mi ayuda contra la tentación, haciendo aplicación de la Escritura que dice "Alumbre vuestra luz delante de los hombres; para que vean vuestras obras." Satanás huyó al instante y yo caí de rodillas. Cansado seria el mencionar cuanto pasé, y cuan penosos fueron mis interiores conflictos hasta antes de que el Señor se me descubriera. Padecí terriblemente por muchos días, y como por espació de ocho horas antes de experimentar el perdón de mis pecados, podía haber dicho como David, "Rodeáronme los dolores de la muerte, me encontraron las angustias del sepulcro;" y el adversario de mi alma me acosaba con esta tentación: "El día de la gracia ha pasado; ya es tarde." No tenía a nadie que me instruyese, ó me diese consolación, ninguno había que me dirigiese á Cristo; conocimiento ninguno tenía del camino de la fé; nunca había presenciado reunión de clase, culto de experiencia religiosa. Recuerdo, sin embargo, que, en medio del conflicto,respondí á las tentaciones del demonio, con estas palabras: "Me he resuelto, perezca ó me salve,á que, mientras viva, no he de dejar de pedir misericordia." En el momento mismo en que tomé esta resolución, Cristo se reveló por sí mismo en mi corazón, y Dios perdonó todos mis pecados, y dejó mi alma en libertad. El mismo Espíritu ya daba testimonio á mi espíritu de que era yo hijo de Dios. Esto sucedió como á las nueve de la noche del 6 de Mayo de 1771; nunca podré olvidarme de aquella hora feliz.